Cuanto
deseaba escribir de estos temas en mi blog, pues antes de que naciera Eloy,
siempre que he manifestado algo sobre el comportamiento y educación de los más
pequeños, la respuesta recibida ha sido la misma: “Cuándo seas padre ya me
contarás”.
Pues
bien, ya soy padre y tan solo desde hace dos años, lo cual ya me autoriza a
poder reflexionar y escribir sobre niños y niñas. ¡Bien!
Voy a
exponeros un resumen de la lectura de varias web, blogs, libros y parte de mi
experiencia con el pequeño Eloy para poder trabajar la frustración y que cuando
esta aparezca en forma de llanto, rabieta e incluso agresión pueda convertirse
en herramienta de aprendizaje.
Cuando
he leído el libro de la Educación del
Talento de la Universidad de Padres y escrito por Molina, aprendí que todo
lo que nos pasa en nuestras relaciones sociales y como somos, son ENTRENABLES.
Sin obviar la genética del carácter de nosotros mismos, todo se puede conseguir
en mayor o menor medida, si se entrena y el ambiente que nos rodea es
favorable.
Partiendo
de esto, pienso y creo firmemente que el fracaso derivado de la frustración se
puede prevenir, amortiguar y entrenar para que no se convierta en una depresión,
si esto se repite de manera frecuente.
Frustración
se define como la vivencia emocional que se presenta cuando un deseo, un
proyecto, una ilusión o una necesidad no llegan a satisfacer o cumplir.
Nuestros
hijos (0-5 años) no tienen al 100% desarrollado el concepto temporal, ni la
capacidad de pensar en los deseos y necesidades de los demás. No olvidemos que
los padres también tenemos vida, los padres también necesitamos facilitarnos
nuestras actividades diarias, sin olvidar que nuestros hijos son el centro de
nuestras vidas. Pero esta idea no debe dejarnos pensar que somos malos o buenos
padres basados en la dedicación a nuestra prole. Como ocurre en muchas facetas
de nuestra vida, la clave está en el equilibrio.
Conozco a muchos amigos y
compañeros que dejan de realizar actividades habituales en el momento en el que
aparecen los niños, las descartan asumiendo que tienen que hacerlo y no son
capaces de conciliar sus aficiones frente a la crianza. Evidentemente también
hay padres que toman esta decisión de manera consciente y muy meditada, por lo
que es igual de respetable que cualquiera de las otras opciones.
La
frustración y ya lo he dicho anteriormente, bien gestionada es una potente
herramienta de aprendizaje y educación, ahora bien si esta se acentúa (por
parte del niño, de su ambiente en la escuela, por los padres, etc.) por no conseguir lo que se quiere se
desencadenan rabietas, llantos e incluso el genio, llegando en casos extremos a
las agresiones.
Los
niños poseen tolerancia a la frustración, de esta manera los hay que frente a
este comportamiento actúan como si nada, son capaces de cambiar el chip de
manera rápida y los que se lo toman tan a pecho que no se les olvida en minutos
e incluso horas (mucho me temo que la respuesta temporal de ofuscación frente a
un comportamiento frustrado irá en aumento con la edad, al adquirid capacidad
de memoria, asociación de ideas, etc. De aquí la importancia de empezar a
entrenar y gestionar estas crisis desde las edades más tempranas).
La poca
o nula tolerancia al fracaso puede manifestarse en nuestros hijos por la
aparición de alguno de estos comportamientos:
-Poca
paciencia frente a los deseos. Cuando un niño poco tolerante quiere algo lo
quiere al momento, eleva la voz, repite la voz de llamada insistentemente hasta
que consigue lo que quiere.
-Manifiestan
exigencia incluso en situaciones tan sencillas como pedir un vaso de agua.
-Se
adaptan mal a los cambios que acontecen a su alrededor, como los cambios de
rutina.
-Desencadenan
el mecanismo de las “lágrimas de cocodrilo” de manera inmediata frente a la
frustración o la negativa a algo que se les ha prohibido.
Parte
de estas manifestaciones se pueden atajar y reducir si los padres sabemos dónde
estamos y como debemos gestionar la situación. No pretendo, como no lo pretende
el mejor de los manuales, de dar con la varita mágica que todo lo soluciona,
por lo que cada uno de nosotros puede captar lo que mejor le convenga en la
infinidad de las situaciones en las que se ve envuelto con su familia. Ahora
bien, si que queda claro que los padres SOBREPROTECTORES en condiciones
normales, son amigos del “todo vale” y la PERMISIBIVIDAD va por bandera. Suelen
pensar esos padres que el niño evite realizar actividades que consideran
complejas, peligrosas o molestas, piensan además que el niño es débil, muy
frágil e inexperto para todo lo que hace, por ello considera que tiene que
ayudarlo en todo momento. Este rol de padre sobreprotector, puede derivar otros
comportamientos asociados a la gestión de la frustración como la TIRANIA, pero
esto ya lo trataré en otra entrada.
Decir
“No” cuando la ocasión lo requiere (peligro, deseo innecesario, establecimiento
de una norma de comportamiento o educación), no nos hace malos padres. Muy al
contrario nos facilitará en su desarrollo el entendimiento entre padres e hijos
en las normas básicas de convivencia.
Evidentemente tenemos que decir “Sí”, a la exploración, a comer solo a
pesar de que el niño no tenga aún la habilidad y destreza total a la hora de
coger la cuchara y se ponga todo perdido, a probar un alimento nuevo que aún no
ha probado.
Como
padres nuestro entrenamiento para poder enseñar a controlar y superar la
frustración puede pasar por:
-Retardar
intencionadamente la demanda exigente del niño exponiéndole que así no puede
pedir las cosas y así no va a conseguir su objetivo.
-Dejar
que el niño investigue y participe en actividades diarias como el baño, la
comida-cena o el simple hecho de tirar el pañal en la basura. A pesar de que
alguna de estas tareas no se realizará de manera efectiva, si que vamos
metiendo al niño en la idea de la autogestión de sus capacidades, que
posteriormente se convertirán en obligación y responsabilidad.
-No
ceder frente a las rabietas no justificadas
(los padres sabemos perfectamente cuando tienen una base de necesidad y
cuando no las tienen). Pienso que querer un trozo de comida en concreto de
plato y no querer otro y “montar un pollo” por ello, carece de sentido.
-Favorecer
rutinas ayuda a organizar nuestro tiempo como padres y con ello se consigue que
los niños se habitúen a hábitos diarios que pueden suponer un conflicto. Un
niño tiene que comer a sus horas, la desvirtuación de los horarios desencadena
la frustración frente a los deseos de juego por ejemplo.
-La
gestión de sorpresas puede ser una herramienta muy adecuada para evitar las
frustraciones. Un buen ejemplo es que si condicionamos a un niño a tomar
chocolate todos los días tras la comida, si en algún momento este chocolate
falta se desata dicha frustración. Ahora bien la sorpresa en la entrega de
golosinas, no genera ningún tipo de controversia. Ojo a utilizar este tipo de
acciones como condicionantes para conseguir objetivos de buen comportamiento,
hay que racionalizarlo, como siempre, todo a su justa medida.
-La
presión derivada por las acciones de los padres en la consecución de un acto
(prisa por llegar al gimnasio cuando antes tengo que recoger al niño, estrés
porque no se llega a una cita, etc.) es detectada por los pequeños y
desencadena mecanismos contrarios a los deseados por los padres: parón en seco,
llanto, etc. Esto se relaciona con la capacidad de AUTOGESTIÓN y AUTOCONTROL
que quieren adquirir nuestros hijos.
-Importante
es no convertir la frustración en un éxito del niño, pues en ocasiones los
padres nos esforzamos en mitigar las causas del conflicto con más tolerancia a
la rabieta.
-No dar
demasiadas opciones frente acciones cotidianas y que deberían tener una rutina.
Para ello hay que evitar preguntas como: ¿Te quieres poner el abrigo? Si como
padres tenemos claro que para salir hay que ponerse el abrigo, la opción es ser
firmes y animar al niño a salir contándole cosas mientras le colocamos el
abrigo, la bufanda, etc. De igual manera a la hora de comer, donde en ocasiones
he odio la pregunta: ¿Qué quieres comer? Son niños y aun no son especialistas
en dietética y nutrición para saber si lo que comen es o no equilibrado. ¿Qué
pensáis que elegirá un niño en una cena frente a salchichas con kétchup o
menestra de verduras con merluza? De nuevo, por favor busquemos el equilibrio en
todo esto.
En
definitiva y como conclusión a esta entrada que me apetecía escribir,
trabajemos y entrenemos la frustración de manera adecuada. No seamos radicales del “no”, ni del “´si”, dejemos que
los pequeños se enfrenten a sus miedos, a sus vivencias y no dudemos en colocar
normas de educación, de civismo cuando creamos que tenemos que ponerlas, esto
les ayudará en su desarrollo como personas a ellos y también a nosotros como
padres.
Saludos,
Ivan.
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